13.9.25

Un paso diferente hacia la contemplación


Por Antón Castro

A veces, en estos tiempos donde vivimos casi a la velocidad del rayo, se quedan por ahí, orillados, libros excelentes, proyectos muy aquilatados que nos recuerdan que la literatura puede ser un campo abonado a la serenidad, a la melancolía, al enigma cotidiano que, de tan desleído, no parece ni serlo. El poeta y crítico literario, y también dietarista Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), publicaba en Pre-Textos una de esas antologías que son más que una compilación o una gavilla de versos: el prologuista José Muñoz Millanes ha ido más allá de una selección al uso y le ha dado una unidad insoslayable a Meditaciones del lugar. Antología poética 1989-2018, casi treinta años de una escritura prístina, sumamente elegante, trazada con la exactitud del hombre paciente que se atreve a soñar con los ojos abiertos, de paseo, o viendo pasar el tiempo, huidizo, etéreo y a la vez denso en situaciones y aventuras.
Medicaciones del lugar, de entrada, como apunta el antólogo, ha hurgado en los poemarios de Álvaro Valverde en busca de esos dos términos en el fondo tan polisémicos: la meditación (y también la contemplación, el paseo, el hecho de mirar, incluso la introspección tranquila), y el lugar, que puede ser muchas cosas, la casa, los recuerdos de infancia, un jardín, una ciudad, pero también el edén, la arcadia o el paraíso, abrazado a una fascinante naturaleza o a una flora sencilla, casi huesuda o desnuda.
Álvaro Valverde a veces parece conectar con el armonioso mundo de Antonio Colinas, con el Luis Cernuda de libros como Ocnos, pero también con la capacidad de narrar la sugestión de lo cotidiano con la plasticidad de Eloy Sánchez Rosillo. Y conecta con muchos más, claro, porque en él hay una filosofía de integración, de convivencia, de diálogo. En sus poemas, siempre existe también una suerte de interlocución consigo mismo (como le sucede a Luis Cernuda y también a Jaime Gil de Biedma en muchos poemas, e incluso a Vicente Aleixandre) y una especie de trayecto personal hacia la experiencia más íntima, en la que convergen el silencio, la lentitud, la lucidez y la curiosidad.
En el silencio descubre los dones musicales del entorno y de su propia escritura; la lentitud es una forma de implicarse en la tentativa de aprehender lo decisivo; la lucidez es un estado de la inteligencia y una vocación para entender y sentir el entorno con sus alfileres de  paradojas, y la curiosidad es una forma de juventud permanente y un grito de alegría que no agrede; a veces Álvaro Valverde va más allá y se atreve a crear monólogos dramáticos y darles voz a sus múltiples yoes o hacer de voces ajenas y lejanas el diamante sonoro o cristalino de su propia voz.
Este es un libro unitario, medido, sorprendente. Intenso y sereno, con resonancia propia y esa suavidad que no es débil ni nada semejante, sino la del paseante que sabe que no hay mejor manera de existir que sembrar palabras e imágenes y sensaciones, y someterlas luego al vaivén de un cernedor que genera espacios, geografías, estados de ánimo, vibraciones, invernaderos de la emoción. No vamos a recordar todos los libros de Álvaro Valverde, algunos tan penetrantes como Más allá, Tánger y El cuarto del siroco o A debida distancia.
Pero sí hay algo más que convendría resaltar: es un poeta de excelentes primeros versos. O versos-puerta de acceso al misterio. Dice, por ejemplo «Abro la verja del jardín sin nadie»; «Tiene la muerte una medida exacta»; «Habito una ciudad de la memoria»: incluso, en un poema que es casi una poética una buena parte de su poesía, «Territorio del nómada», arranca así: «Busco en vano un lugar», y cierra con mucha intención: «El viaje ―lo sé― / ha de ser para siempre».
Estas Meditaciones del lugar, un poemario hecho de otros poemarios, también son desmentidos de «mi árida vida». Es un paso diferente, con Leopardi en el bolsillo, hacia la luz.

 

Álvaro Valverde escribe a favor de la belleza y la meditación. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón (13/9/2025). La fotografía es de Patrice Schreyer.




11.9.25

Dionisio López lee "Lecturas a poniente"

El compromiso perdurable

Lecturas a poniente, una cartografía literaria trazada con paciencia, rigor y enorme generosidad lectora, no es un libro más sobre poesía extremeña. Es el extremo de un círculo de compromiso con la creación poética que se abrió hace cuatro décadas con Abierto al aire, aquella antología que marcó un antes y un después en nuestra literatura. Además, no se trata de un círculo cerrado: la labor crítica de Valverde continúa, semana a semana, con paso marcial.
Mientras me documentaba para Los últimos del Oeste, antología sobre poetas extremeños recientes, no dejaba de encontrarme con Álvaro. «La sombra de Álvaro es alargada», me decía. Ya bromeé con el cuento de Monterroso: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Pues eso: cuando buscaba, Álvaro ya había estado allí, con una reseña lúcida, escrita a veces diez o quince años antes. Y quiero subrayarlo: yo buscaba información sobre autores de las últimas generaciones. Es decir, uno de los poetas y críticos más prestigiosos del país —que eso es Álvaro Valverde— lleva años prestando atención e incluso empujando a los nuevos nombres. Algo nada frecuente. Por eso me alegró incluir Lecturas a poniente en la bibliografía de mi libro, aunque ambos salieran con apenas un mes de diferencia. Fue la primera inclusión bibliográfica que recibió, pero estoy seguro de que será la primera de muchas. Ya no puede hacerse una historia crítica de la poesía del Oeste sin pasar por estas páginas.
Este libro es también hermano del anterior, Porque olvido. De hecho, bien podría haberse titulado así. Como lectores enfermos que somos, sabemos que llega un momento en que la lectura desborda. Igual que, tras un viaje largo, olvidamos castillos o museos, el lector acaba confundiendo autores, versos, libros. Por eso este volumen tiene valor de archivo, de diario de lectura, de antídoto contra el olvido. Porque Álvaro no se detiene en la emoción o la estética: describe, anota estructura, señala citas, menciona cubiertas... Cada reseña es cápsula de memoria. Pero Valverde no se queda en el libro reseñado. Sus textos amplían horizontes: mencionan obras y autores que conectan con lo leído. Cuando escribió sobre Los nombres de la nieve, por ejemplo, citó Los nombres del mar de Ángel Campos, Memoria de la nieve de Llamazares, Principio y fin de la nieve de Bonnefoy... También a Umbral, Bonnett, Maillard, Octavio Paz, Rimbaud, Gil de Biedma... ramificando la lectura hasta el infinito.
El trabajo del crítico no es fácil. Suele ser ingrato, porque el criterio molesta, porque el silencio duele. Y, sin embargo, ahí está su gesto valiente: el de quien sigue leyendo, escribiendo, publicando más allá de compromisos oficiales, sabiendo que no todos agradecerán sus palabras. Por eso este libro es también un ejercicio de ética literaria. Porque quien critica, cuida. Y quien reseña, comparte. Leer tiene algo de intimo, pero también de solitario. ¿Quién lee poesía? ¿Y quién ha leído justo el libro de poesía que tú has leído? Estas reseñas ocupan esa soledad y establecen una suerte de diálogo atemporal.
Por todo ello, estas Lecturas a poniente tienen tanto valor. No estaría de más —y lo sugiero aquí— que la Editora Regional reuniera también las reseñas de otros que cabalgan por el Oeste con pasión crítica, como Enrique García Fuentes o Juan Ramón Santos. Este libro no solo merece ser leído: merece ser seguido. Porque ilumina, ordena, ofrece conversación. Porque, como toda buena literatura, nos enseña a mirar mejor. Y acaso eso sea lo más valioso de Lecturas a poniente: que en este oficio silencioso, resistente y expuesto a la intemperie que es leer; hay también una forma de compañía. Y leer este libro es dejarse acompañar por una inteligencia lúcida y una sensibilidad fiel. Y eso, en estos tiempos, es un lujo.
 
Lecturas a poniente
Álvaro Valverde
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024

NOTA. Esta reseña ha sido publicada en el número 501 de la revista QUIMERA. 



 

9.9.25

La Plasencia del humanista Luis de Toro


Hacía años que uno albergaba la secreta esperanza de ver cómo el Excelentísimo Ayuntamiento de la Muy editaba un libro capital en lo que a la historia de Plasencia se refiere, el que tal vez recoja algunas de las páginas más hermosas escritas (en latín) sobre esta ciudad fundada "ut placeat Deo et hominibus" ("para agradar a Dios y a los hombres"), lema que le puso el rey Alfonso VIII en 1186 al establecerla. Hablo de Placentiae urbis et eiusdem episcopatus, descriptio, esto es: Descripción de la ciudad y el obispado de Plasencia, que incluye el famoso plano que se reproduce arriba, donde aparecen dibujados los principales monumentos del lugar en los últimos años del siglo XVI. En 1573 fecha su autor, el médico y humanista placentino Luis de Toro (1526-?), la obra en cuestión. 
En la edición del Ayuntamiento (publicada en colaboración con otras entidades: la Junta de Extremadura, los fondos europeos, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia y la Universidad de Salamanca, e impresa en Gráficas Romero) se reúne en un elegante estuche el facsímil del manuscrito original —en poder de la citada institución educativa salmantina— y otro volumen que contiene una presentación, un prólogo, una nota del traductor, así como el texto de Luis de Toro en español. Vayamos por partes. De la presentación del alcalde poco cabe decir. Es muy breve (en esta ocasión no ha desplegado Fernando Pizarro su gracia verbal, ese don) y se centra en lo sustancial: que el librito se escribe en cuanto se tienen noticias de que el obispo de Tortosa, Martín de Córdoba y Mendoza, deja aquella sede episcopal para ocupar la de Plasencia y como un detalle de Luis de Toro al nuevo prelado, dedicatario de la mencionada "descripción pormenorizada" que se acompaña, ya se dijo, de un "dibujo panorámico", para que aquél conociese "cómo era Plasencia a finales del siglo XVI". No se olvida de dar las gracias a la Universidad (la vinculación de esta ciudad con aquélla —ideal para tantos de aquí— es secular y conviene ser resaltada) y dos personas fundamentales en este proyecto hecho realidad. Primero, el prologuista: el historiador placentino Jesús Manuel López Martín; después, el traductor: Juan Ramón Santos, "escritor e imprescindible agitador cultural placentino", en palabras del periodista cacereño José Ramón Alonso de la Torre. 
López Martín (que ya había analizado el plano —que tanto protagonismo cobró en la exposición Transitus, del ciclo Las Edades del Hombre— en distintas ponencias congresuales) comienza su preciso prólogo por la vida y la obra de Luis de Toro. Se basa en los estudios de su suegro, el también médico (e historiador) Marceliano Sayans Castaños, quien dedicó su tesis doctoral a "La obra del Luis de Toro, físico y médico de Plasencia del siglo XVI", como reza en la cubierta del libro que publicó —con posterioridad  a su defensa— la inolvidable librería Cervantes de Salamanca en 1961. (Ya se ve que aquí todo gira en torno a la ciudad del Tormes, donde estudió, por cierto, Luis de Toro y Sayans.) Precisamente a éste se debe una de las dos traducciones de la descripción: la impresa en La Victoria en 1961, con prólogo de Pedro Laín Entralgo. La otra (que es la que uno había leído) se debe a Domingo Sánchez Loro y está recogida en el volumen A de sus Historias placentinas inéditas, que publicó la Diputación de Cáceres en 1982. 
De la vida del médico poco hay que reseñar. Que fue un humanista convencido y que en su defensa de ese movimiento renacentista estuvo acompañado por contertulios de categoría; mecenas como Luis de Ávila y Zúñiga, Marqués de Mirabel; el obispo y bibliófilo Ponce de León, que llegó a ser Inquisidor General; y Fabián de Monroy, fundador de un colegio de juristas y teólogos. 
López Martín confirma las sospechas de que quien escribió el texto fue en realidad un "«pendolista» profesional" (un calígrafo o, como dice el diccionario de la RAE, "persona que escribe con muy buena letra"). Explica desde dónde está dibujada la panorámica, a media altura y desde Santa Bárbara (que Luis de Toro nombra como Calzones), con "orientación meridional". Pasa después a la explicación detallada de todas las partes del plano aportando datos históricos muy interesantes. Da cuenta, por fin, de los avatares del manuscrito. Primero se depositó en el convento placentino de San Vicente, en el siglo XVII estaba en Valladolid, vinculado a Fray Alonso Fernández, autor de Historia y los anales de Plasencia (Madrid, 1627). En el XVIII llega al Colegio Mayor Cuenca de Salamanca y a su Universidad vuelve en 1954 no sin antes pasar por la Biblioteca del Palacio Real. 
Juan Ramón Santos, conciso también, cuenta que ha intentado fundir las dos traducciones existentes hasta ahora y ofrecer al lector un texto lo más limpio posible. Lo cierto es se lee estupendamente, algo que no podíamos dudar quienes conocemos la labor literaria del también placentino.
Antes de entrar en materia, el manuscrito ofrece dos octavas en castellano: una de "Gómez de Hinojosa al autor" y otra titulada "Al Ilustrísimo de Plasencia, Gómez de Hinojosa"; un texto titulado "Sobre las insignias de Plasencia", acerca del pino y el castaño de su escudo (allí leemos: "Donde hubo un bosque inmenso, se plantó Plasencia", palabras que duelen en el alma al comprobar los desastres del incendio de Jarilla); y el poema "F. Hortigosa, al retrato de la ciudad de Plasencia" ("Verso falecio"). Después ya vemos el plano o "retrato" con su leyenda. El resto es, claro, el corpus del manuscrito que se abre, ay, con "El médico Luis de Toro saluda a su mecenas, el ilustre y reverendo obispo de Tortosa y electo de Plasencia". El tono anticipa el general de la obra, más hímnico, idealista y elogioso que otra cosa, con repuntes de exagerada emoción. Con todo, lo calificaría de inspirado y delicioso. La historia y el sitio: murallas, puertas (otro historiador placentino, Javier Cano, recordaba hace poco que Luis de Toro "coloca en el centro de la representación" a la de Talavera, la que mira a Madrid, que no conserva su arco original desde hace siglos), iglesias, conventos, palacios, ermitas... Especial atención merece lo relativo al pensil del palacio del Marqués de Mirabel, una de nuestras joyas patrimoniales que este placentino (como tantos, supongo) nunca ha podido visitar. En una de las lápidas allí depositadas se inspiró uno para componer un poemita de Lugar del elogio (que no deja de ser esta ciudad, basado en la lecturas de textos antiguos sobre ella, entre otros, éste) y al que Gonzalo Hidalgo Bayal dedicó un texto memorable por encargo del diario Hoy, para un coleccionable de monumentos extremeños. 
Otro fragmento magnífico es el de La Isla. O el de la Casa de don Fabián (o Colegio del Río, por cuyas románticas ruinas pasamos cuantos recorremos el paseo fluvial, cerca de la pasarela de San Juan), a orillas del Jerte, que es el personaje central de otro de los mejores párrafos del conjunto. Y ahí, el agua, gran preocupación de Luis de Toro, autor de Discursos o consideraciones sobre el arte de enfriar la bebida (1569) y de De febris epidemicae novae ... vulgo tabardillo et pintas dictur (1573). La salubridad de esas aguas (o lo contrario) y al clima destina parte de sus reflexiones. 
Sorprendente resultan sus consideraciones sobre alimentos: frutas, verduras, carnes y pescado. En lo que respeta a esto último de queda uno de piedra al leer: "En cuanto a la pesca, los placentinos no gozan de mucha abundancia al estar alejados del mar. Sin embargo, como ya he dicho [en otro momento se refirió a las truchas que poblaban el Jerte], la ciudad está bien provista de peces de río, pues, además de tencas, barbos, bogas, pececillos, anguilas, ranas, cangrejos o galápagos, suelen traer del cercano Tajo y de Alcántara lampreas que llaman sábalos, mújoles y también siluros, que, según algunos, son esturiones, y que la gente conoce como sollos. Y también nos llegan con frecuencia peces del mar, de donde vienen en cantidad lijas, rayas, sepias, sardinas, arenques o merluzas (a las que nosotros llamamos pescado cecial), así como corvinas, lenguados, almejas, besugos, ostras, agujas, congrios, bacalaos, atunes y salmones, aunque estos últimos muy rara vez". Ni ahora ni desde que tengo uso de razón ha ocurrido en Plasencia algo así. No son pocas las pescaderías y restaurantes especializados en pescado y marisco que pasaron a mejor vida por la falta de cultura gastronómica piscícola (en la segunda acepción del diccionario), que aquí se limitó casi siempre, truchas mediante, al socorrido bacalao y a la insulsa pescadilla. Poco más. 
No se olvida el humanista de los personajes importantes, eclesiásticos sobre todo, ni, siendo esta una ciudad levítica, de la Iglesia y del Obispado. A sus cuatro demarcaciones dedica sus últimas páginas. Las de Plasencia, Trujillo, Medellín y Béjar, lo que le permite mencionar localidades y lugares de esas zonas. Ya antes citó sitios tan emblemáticos como Yuste. 
Me alegro mucho, y termino, de que el lector curioso pueda acceder a este libro capital para Plasencia, por más que, según me temo, la tirada de la obra haya sido reducida y, por tanto, costosa de localizar. Animo a que el Ayuntamiento lance otra más sencilla y asequible (bastaría el texto traducido) para que la ciudadanía pudiera disfrutarla. En todo caso, celebro la iniciativa. Por hechos así sostenemos que Plasencia es una ciudad culta. 

26.8.25

Fernando Pérez, veinte años


"Que veinte años no es nada", como decía la letra de "Volver", el archicitado tango de Gardel, es algo que cualquiera puede poner en duda; no, sin embargo, que dos décadas pueden pasar volando. Y así ha sido. El 26 de agosto de 2005 moría en Cáceres Fernando Tomás Pérez González, para los más: Fernando Pérez, el prestigioso director de la Editora Regional de Extremadura, tras padecer, como suele decirse (con demasiada ligereza, ah las frases hechas) una larga enfermedad que, como en el caso cercano del ejemplar político Javier Lambán, le pilló aún trabajando. 
Más de una vez (al día siguiente en el Hoy, más tarde en la Revista de Estudios Extremeños) ha escrito uno sobre su vida y su obra. Muy recientemente hablé de él en Alcántara, con motivo del último Congreso de Escritores Extremeños, donde, por cierto, se conmemoraban los primeros 40 años de la Editora. Ese sello, que él elevó a categoría de acreditada editorial, publicaba hace unos meses sus relatos, bajo el título El cuaderno de hule negro. Lo reseñé en la revista asturiana El Cuaderno. Quien se ocupó de esa modélica edición fue su hijo, Fernando Pérez Fernández que, conviene anotarlo, acaba de dar a la imprenta (la de Cumbreño, en sus Ediciones Liliputienses) Compensatoria, un libro de poemas excelente. Qué orgulloso estaría aquél. Y no es frase hecha ni lugar común. Es sólo la escueta afirmación de alguien que le conoció bastante. En no pocas ocasiones, cuando íbamos o veníamos de Mérida o camino de cualquier acto de los muchos que tenían lugar en aquella época inolvidable, hizo referencia a su formación literaria, que tanto le importaba, como el propio Fer ha reconocido. Entonces, claro, éste era un muchacho. 
También estaría contento por la continuidad de la Editora (cuantos pasamos por la gestión de esa santa casa vimos alguna vez amenazada su existencia). Por ver que sigue ahí María José Hernández (su mano derecha y la de los sucesivos directores) y por comprobar que Antonio Girol, un buen tipo, respeta ese legado y pretende su continuidad de la mejor manera posible. No es poco. 
A finales del año pasado se vivió otro homenaje a su figura en su (casi) pueblo natal, Santa Marta de los Barros, donde se asienta la simbólica casa familiar, ligado de nuevo a las cuatro décadas de vida de la Editora. Seguirá siendo así. Esta tierra que tanto amó (y por la que tanto hizo, que es lo que importa, por más que nunca se le reconociera como es debido) tiene a la fuerza que recordar a personajes de la talla intelectual y moral (que debería ser lo mismo) de Fernando Pérez. No han abundado, ni abundan. De ahí que hoy, 26 de agosto de 2025, veinte años de por medio, a algunos nos siga costando creer que esté muerto. En rigor, gracias a su obra, sigue aquí. 

21.8.25

Responsabilidad

No soy el único, me consta, que reconoce la impecable gestión de Abel Bautista Morán, Consejero de Presidencia, Interior y Diálogo Social de la Junta de Extremadura, al frente del incendio de Jarilla, que es tanto como decir el una parte importante del norte de Extremadura. Además, como portavoz, domina la comunicación y se expresa con claridad y solvencia. Transmite, y eso es difícil, calma. Y realismo, que no es poco. A los afectados directamente, sobre todo. Más allá de la ideología de cada cual, debería agradecerse, por parte de tirios y troyanos (algunos ya lo han hecho), la presencia de un político responsable, más en estos tiempos de, digamos, desgobierno general. Qué extraño empieza a resultar lo, por principio, normal.

17.8.25

Incendio


Viendo cómo pasan constantemente, desde hace seis días, aviones y helicópteros por encima de nosotros para intentar apagar el incendio de Jarilla (y de muchos sitios más, como Plasencia, a la que se acerca peligrosamente, o Hervás, por citar poblaciones de ambos frentes) recuerdo aquel verso de Gil de Biedma, lo del “en un viejo país ineficiente”. Y no lo digo por el esfuerzo infinito de los bomberos y de quienes pilotan esas aeronaves, también de la UME, la Guardia Civil o Cruz Roja, además de la sociedad civil, la Iglesia y los ayuntamientos, sino por la falta de políticas efectivas contra esta plaga incendiaria que nos asola. ¡Se da prioridad a tanta insensatez! Aunque bien sé que lo importante son las personas y sus bienes perdidos, muy por encima de cualquier otra cosa, permitidme que sienta en el alma que los paisajes de mi vida desaparezcan sin remedio y para siempre (al menos para mí) delante de mis ojos con tanto dolor como impotencia. Qué tristeza.

(Nota: la imagen es de El Periódico Extremadura)

1.8.25

Desde este rincón: 20 años


Se me olvidó. Querría haber dicho algo sobre este blog el pasado día 2 de mayo, pero... Una fecha significativa, subrayó el alcalde Pizarro, tan amigo de las efemérides, aquí atrás. Al fin y al cabo ha cumplido 20 años. Como dijo aquél, "no es nada". Bueno, acaso exageraba. Y sí, seguimos siendo los mismos, o casi. Quiero decir que la voluntad de crear un espacio de reflexión por escrito, una suerte de diario de vida y de lecturas, tanto da, sigue intacta. Estos veinte años han dado para construir un archivo del que echo mano cada poco. Consultarlo se ha vuelto algo habitual en mí y, la verdad, no deja de sorprenderme lo que encuentro. Cuántas palabras. Y cuánta gente.
Ya ha permitido la publicación de dos libros: Porque olvido y Lecturas a poniente. Lo personal y lo literario, si ambas cosas pueden separarse, insisto. En la vida pobre que uno ha llevado y lleva, más bien no. Es el sino del poeta de provincias, supongo. 
Se refirió Octavio Paz a la perseverancia como uno de los nombres de la poesía. La IA deduce que fue, para él, "una actitud de resistencia ante el paso del tiempo y la transformación de la realidad, buscando siempre un sentido y un significado en la vida". Bien está. En esa tarea querría seguir uno. Poco importan las modas y bien sé que la de este tipo de bitácoras pasó hace tiempo. 
Solvitur ambulando sigue siendo el lema que tomé de un incansable viajero: Patrick «Paddy» Leigh Fermor, aunque la autoría de la frase se atribuya a Diógenes de Sinope, un griego. Sí, se resuelve caminado, que no deja de ser trasunto del machadiano "se hace camino al andar". Hasta que el cuerpo y la cabeza aguanten. 

13.7.25

Fragmentos a su imán

El que menos sabe, último libro de poemas de Sánchez Santiago (Zamora, 1957), publicado por Eolas, fue elegido por los críticos de poesía de este suplemento como el mejor de 2024. Unos meses después se alzaba con el Premio de la Crítica, feliz sorpresa que honra a un jurado honesto y, de paso, fija el foco lector en una obra poética rigurosa, digna de reconocimiento. Por eso, qué oportuna la salida a escena de esta muestra que reúne sesenta y tres poemas seleccionados por el autor de entre sus siete libros, una plaquette y algunos inéditos incluidos en su poesía reunida: Este otro orden (1979-2016).
En “Recado menor”, el poeta afirma: “Toda antología es un error porque proviene de una amputación […] que hace perder cualidad orgánica a la compacidad de una escritura poética”.
Añade que “en la trayectoria de cualquier poeta puede advertirse una suerte de ensamblaje que crea relaciones e interdependencias –visibles o discretas– entre los poemas”. Concluye: “No hay, pues, nada gratuito en la poesía: ni las palabras ni el orden de emplazamiento de los poemas ni siquiera la cantidad de silencio que hubo entre libro y libro. Todo da cuenta de un sentido y una dimensión”. ¿Entonces? Elige. A sabiendas, sí, de que “el poeta es el que desordena, el que menos sabe”. No lo hace a ciegas, sino conformando un nuevo libro que logra su propia organicidad por medio de una compacta ensambladura. Pura coherencia.
Este “poeta lento y dubitativo” ha escogido un título acorde al “quehacer de la escritura”, que “exige una aplicación morosa que conlleva algo parecido a una escucha interior para advertir la resonancia íntima de las palabras”. “En la poesía hay que esmerarse”, sostiene, y lo justifica en su poema “El esmero”. De eso da fe esta “antología temática” dividida en cinco secciones.
La primera, “Inmediaciones”, reúne poemas “que aluden directamente a seres que estuvieron o están cerca de mí”: el padre (“Mi padre se hace viejo”, el que me reveló hace tanto que TSS era un poeta verdadero), la madre (“Mercado de abastos”), el hijo, Ana ( “tanta vida al lado”, reza la dedicatoria del conjunto), las primas, los amigos muertos…
La segunda, “Intimas rozaduras”, se organiza en torno a “lo menudo” (una actitud, un carácter). También al “territorio”: “Mi patria, la única patria / que me importa / tiene la escasa estatura de lo inadvertido / y cabe en el relámpago de los parpadeos”.
La tercera, “De lo contrario”, aborda la “resistencia crítica contra la inercia del mundo”. El “Derecho de todo el mundo a buscar su antes”, escribe en “Página”. “Es el final de un país asilvestrado en el bienestar”, leemos en “Los que agitan el mundo”.
La cuarta, “Los días laborables”, es realidad un arte poética, como bien dice la prologuista,  Ana Isabel Martín Ferreira, en su ”antesala”. Allí leemos: “No levantas del reino de los signos”. “Cuando escribes te manchas de ti mismo”. “Qué oficio extraño este”. Y, a lo Juan Ramón, con ironía: “¡Incompetencia, dame tú el último nombre de las cosas!”.
La quinta, “Rienda suelta”, incorpora versos “acogidos en una especie de bazar sin norma”, como uno de los de la zamorana Calle Feria de su infancia. No faltan aquí el amor (“Plegaria para salvarla a ella”), las cajeras (“mujeres ensopadas por la melancolía”), un cementerio de coches o “Los árboles”, el hermoso poema que recogimos Jordi Doce y yo en la antología Quedan los árboles.
“Siempre cantaré cerca de lo innombrable”, reconoce. No obstante, su poesía es luminosa. Escrita, “sin dar la espalda a la realidad”, con “las palabras desechadas de los hombres”.

Tomás Sánchez Santiago
Castilla Ediciones, Valladolid, 2025. 160 páginas. 15 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



 

6.6.25

Dos reseñas recuperadas

Estas dos breves reseñas fueron escritas para que se publicaran en El Cultural. El tiempo ha ido pasando y... Ya sabemos que en los suplementos estas cosas pasan. Me duele, pero... Lo que no podía evitar era que aparecieran, siquiera aquí. 

DE NINGÚN SITIO A NINGUNA PARTE

La de Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es una de las huidas más apasionantes de nuestra literatura. “Siempre en fuga”. Sin remedio, por destino (para tipos como él debió acuñarse el término “animal literario”), empezó esa escapada como poeta, lo que nunca ha dejado de ser: ni en sus poemas, ni en sus dietarios y crónicas, ni en sus novelas, ni en sus ensayos.
En 2000 reunió su poesía (édita e inédita) en La marca del cuadrante (Poesía 1979-1998), libro de libros al que han seguido Fingimientos y desarraigosEl piano de Hölderlin y Espuelas para qué os quiero, todos en Pamiela.
Recuerda el prologuista sus versos: “Escribir de una vez por todas una verdad, / una sola”. Por caro que cueste, como refleja la leyenda de este hombre rebelde, ajeno a modas, capillas y compadreos (léase “Manuel de instrucciones” o “En recuerdo de Léo Ferré”).
“Somos siempre nosotros la materia más genuina de los libros que escribimos”, dijo una vez, y eso se constata al leer esta poesía escrita “con verdad”. La lógica de un viajero a lo lejano (“y donde ser por fuerza un extranjero”) y de un paseante por lo cercano: montes y bosques del Valle de Baztán, el interior de la Ciudadela… “En el camino”. De un emboscado solitario ―un outsider― sin casa (de la vida) ni patria (“ser de ninguna parte”, como su Juan Sin Tierra, porque “No hay sino errancia”), aunque en búsqueda permanente, al que acompañan personajes interpuestos tan atrabiliarios como él: vagamundos, navegantes, aventureros, jugadores, exiliados, traidores… Alguien pendiente de “las palabras perdidas” que darán forma a su mundo. La única ciudad habitable, su lugar más propio. El que representa a la perfección este puñado de poemas que conforman una suerte de inventario esencial de su obra. “El poema ese refugio para tiempos oscuros”.
 
Geografía de la ventura (Antología)
Miguel Sánchez-Ostiz
Edición y prólogo de Alfredo Rodríguez
Bartleby Editores, Madrid, 2024. 171 páginas. 15,00 €


MEMORIA DE LA MELANCOLÍA

De García Alonso (Pombriego, León, 1962) conocíamos su ópera prima Formas de seguir abrazando (publicado en Plasencia por Alcancía en 2016) y algunos poemas sueltos en antologías y revistas. Residió durante unos años en Extremadura y su vinculación a esa región ha hecho posible que la Editora Regional, que cumple 40 años, incluya este libro en su acreditado catálogo. En una edición preciosa, por cierto. 
Digamos cuanto antes que se trata de un libro logrado. Del fruto, diría, de una vida. O eso parece. “A fuerza de rodar la piedra es redonda / la vida”, dice citando al portugués Faria. Y que “lo que antes mirabas ya no existe”, un verso de Campos Pámpano. Tras el “El equipaje” (la madre), a modo de preludio, “El tiempo”, “La palabra”, “Fracturas” y “El paisaje gastado”, secciones en que se divide la obra, más una coda. 
En la primera, la memoria: de otras edades y ciudades (“Habitamos arquitecturas del azar”). “Pasó con asombro la vida / y ya es domingo, su tarde / nocturna y agotada. / Un espacio vacío”. Pesa en todo el libro la melancolía. 
En la segunda, la propia poesía: “Bajo la niebla las palabras caminan / como peces sin memoria”. La pasión por nombrar. Una forma de ser. “Escribir / es el oficio de la angustia”, afirma. “Trabajo con palabras que suenan / a lugares olvidados”.
La tercera, los muertos. De la amistad o de la guerra: “Digo memoria y aparecen”. “Están ahí”. 
En la cuarta, los páramos erosionados de Babia. Allí –“perdidos, siempre de paso”–, junto a los antepasados, trata de “Traducir la luz”. En un paisaje hermoso “de tan frío”. 
Termina con la “memoria del viaje”: el que lleva a su familia y a él, hijo de la emigración, a otra parte. Con naturalidad, poesía verdadera.

José García Alonso
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024. 104 páginas. 10 €

3.6.25

La aventura infinita de lo simple

Hace apenas dos años que Víctor Herrero de Miguel (Salamanca, 1980), fraile franciscano, profesor de literatura bíblica y ensayista, se dio a conocer como poeta. En este corto periodo de tiempo ha publicado tres libros: La balanza, Lo que busca la abeja y Las sílabas del cielo. Esa proximidad intensifica la armonía de estas entregas que semejan partes de un mismo libro.
En plena coherencia con su credo religioso (esto es, moral), escribe una poesía cercana, clara y directa. De la humildad y la sencillez. Leve, diría. Franciscana, por encima de todo. De la pobreza, en su más noble y alto sentido: “Vivir es aprender a despojarse / […] / y lentamente hacer /refugio luminoso la intemperie”. Se inspira en la vida corriente. “Es bueno someterse a lo real”, recuerda. Canta con naturalidad “la aventura infinita de lo simple”, “el encanto sencillo de la vida”. Con amor: “Amar es caminar sobre las aguas”. “Vuestro es el mundo: amad”. A todas las criaturas, humanas o no. Los pájaros, por ejemplo, tan nombrados (de nuevo Francesco): estorninos, jilgueros, zorzales, vencejos, alondras… Y las plantas y flores: un jardín son tres macetas y él, “feliz con las manos en la tierra”.
Amor también a la madre, “esa luz compasiva”, a cuya enfermedad y muerte dedicó por entero La balanza y aquí varios poemas emocionantes: “Y tus ojos”, “En esos días”, “Más días”…
Compone cada uno (ese “don”) con las palabras justas. Es “el que calla y contempla”. Quien “mira todo despacio”. Y espera. “Cuando hablo sólo quiero / que quien me escuche sienta / la música temblando en la materia”.
“Qué extraña plenitud haber nacido”, proclama quien parece empeñado en levantar “un himno vertical a la alegría”. Porque, y cita a Simone Weil, “Es preciso haber tenido con el gozo la revelación de la realidad para encontrar la realidad en el sufrimiento.”
Su poesía bien podría ser “la claridad abriéndose camino / y delicadamente conquistando / el reino de las sombras”. Una bendición.

Víctor Herrero de Miguel
Pre-Textos, Valencia, 2025. 72 páginas. 14 €



















NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

Pruebas de vida

Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha publicado los libros Cárcel de amorCuéntamelo otra vezHilos de sedaEstoy ausentePecados (con Alberto Porlán), Roto Madrid (con fotografías de José del Río Mons), Falsa pimienta y Azul el agua. Reunió su poesía en Tres deseos. A esta relación habría que sumar varias antologías. Además, hay ediciones de sus obras en México y Portugal. Es autora de Floricela, un libro de poesía infantil.
Tras el cierre de Libros Canto y Cuento, el poeta jerezano José Mateos ha puesto en marcha, junto a dos amigos, otra colección: la exquisita Pie de Página, que inaugura con este Invitación al viaje, un libro donde se agrupan poemas antiguos e inéditos. La selección es del citado editor y suya es la delicada viñeta de la cubierta.
Al releer, uno anota evidencias: la línea clara (al fondo, Luis Alberto de Cuenca, un maestro), la ironía y el sentido del humor, la dicción clásica y la métrica impecable que se mide con el ritmo envolvente de los endecasílabos, lo cotidiano (“Cuéntamelo otra vez”) y la realidad por encima del realismo (léase “Galatea”), los finales sorprendentes y paradójicos (“Una vida responsable”, “Las adelfas”), las hijas (“Los pies”, “Eco”), la sencillez y, por qué no, la humildad (“Flores Áster”), tan paradigmático.
Mateos se ha centrado en el amor, un tema recurrente: “Sobre el Cantar de los Cantares” (“Porque es fuerte el amor como la muerte”, y “como la vida”), “Invitación al viaje”, “El puente”, “Ida y vuelta”, etc. Un amor natural, diría, nada afectado, como esta poética. De la sensualidad: “Gula”.
No falta la angustia (“¿Hasta cuándo?”) y la soledad (“sentirse sola, sola, siempre sola”): “Pobre Amalia, / tan fría y racional en apariencia, / pero tan vulnerable corazón adentro”. Ni falta su poema más conocido, el emocionante “Al cabo”.

Amalia Bautista
Pie de Página, Jerez, 2025. 80 páginas. 17,00 €



 















NOTA: Este reseña se ha publicado en EL CULTURAL
 

29.5.25

En Hervás


Mañana, a las 18:00 horas, tendrá lugar en el Museo Pérez Comendador- Leroux de Hervás un "Conversatorio sobre el pasado y el porvenir de la Poesía Española": De eso hablaremos, aproximadamente, Manuel Neila (que acaba de publicar su poesía completa en la Editorial Renacimiento, verdadera excusa del encuentro), Miguel Losada y uno.
Además, el sábado a las 12:00 se presentará la antología Los últimos del Oeste. Poetas Extremeños del Siglo XXI (RIL editores España) con la intervención de Dionisio López, Urbano Pérez y Mario Martín Gijón.

27.5.25

Lecturas a lo breve (poesía)


El grueso de mis lecturas corresponde a la poesía. Me limitaré a citar los libros que he leído últimamente con más gusto. Sin orden de prelación, matizo.
Quizás le falte vuelo, pero no naturalidad y frescura, a Salto de fe, destacable ópera prima del madrileño de Móstoles (y del 94) Marcos Nogales, accésit del Premio Adonais en 2024. Poesía a pie de tierra, digamos. Sin florituras.
Príncipes y principios (La Isla de Siltolá), de Alberto Fadón, sin embargo, otra primera obra, acaso le sobre lo contrario: erudición y barroquismo. Por suerte esta literatura en grado sumo (donde no faltan guiños a sus dilectos, estudiados poetas del Siglo de Oro y a contemporáneos como Gil de Biedma) está entreverada de vivencias personales, amorosas las más (ay, Carla). Su lectura, sí, me ha resultado gozosa. Menos que a un poeta filólogo de la categoría, pongo por caso, de Rodrigo Olay, pero... Espera uno lo que venga de este salmantino del 97, ocurrente "poeta reaccionario", que ha elegido, entre otros, el magisterio de su paisano Juan Antonio González Iglesias. No en vano coordinó un libro sobre su poesía. 
Sigo con una tercera ópera prima: En ausencia de mí, de Francisco López Blanco (BajAmar Editores), un maduro extremeño del 64, que ha sorprendido a quienes lo conocemos de antiguo (por su vinculación con el Aula de Literatura "Jesús Delgado Valhondo" de Mérida, que dirigió durante una década, por ejemplo), pero no en su faceta poética. Poesía sin estridencias, cercana a lo que importa. 
Antonio Rivero Machina no es nuevo en este rincón. Ni en la poesía. Lo último es Hojas de laurel (Eris Ediciones), que une dos culturas: la del haiku japonés y la de la mitología griega. El resultado es sorprendente. Explica su proceder en una pertinente introducción que titula "El bonsái, el destello y un dios cualquiera", donde dice cosas tan atinadas como que "La tradición es también un paisaje" o que "Acaso en lo minúsculo se esconde el secreto callado en lo infinito". Lo que viene después, los haikus, distan de ser los que encontramos, por aquello de la moda, en cualquier parte. Tres ejemplos: "Morfeo" (Solo en la noche / lo nunca revelado / toma su forma), "Castalia" (Del agua clara / brota el suave murmullo / de lo que es cierto) y "Penélope" (De ti aprendimos / a destejar la calma / de los naufragios).
Durante un tiempo, lo confieso, creí que José Luna Borge era un heterónimo de José Luis García Martín. De eso hace mucho, es verdad. Su última entrega, El húsar melancólico me ha convencido. Poemas tan logrados como "Despedida" o el que da título al libro bastan para justificarlo. No falta un haiku, por cierto. 
Y por seguir con ellos, cómo he disfrutado con las codas, versión castellana del senryuu japonés, de Jesús Munárriz (donostiarra del 40, otro jovenzuelo, que acaba de publicar el primer tomo de su poesía incompleta), estrofa compuesta por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, que "a diferencia de los jaikus, no hablan «de lo que sucede aquí, ahora», como decía Bashô", según explica, junto a muchas cosas más, en su estupendo prólogo a Algunas codas (La Garúa/haiku). ¿Ejemplos? ¡No corras, vida, / que te estoy esperando! / dice la muerte. O: Si no se leen / a los viejos poemas / les sale moho. O, en fin: Por las rendijas / de lo civilizado, / lo natural. No falta el espíritu burlón que le caracteriza: ―¡Mira qué tetas! / ―Vistas dos, vistas todas. / ―Según se mire. Y: Unos la tienen / grande y otros pequeña/ (la inteligencia). Para terminar: ¡Día del Libro! / ¿Es que hay días sin libros? / No los conozco.
Leo a Marcos Ricardo Barnatán desde que yo era muy joven y él un aventajado novísimo procedente de Argentina. Me atraía su obra por su veta judía y por la filiación borgeana. Ritual  me ha traído de nuevo eso. Y más: París (la enfermedad: "Cahier Cochin") y Santander, la madre (en "Kadish", por ejemplo, tan emocionante), la religión ("Adonai", "Amar al converso"), las lecturas de Milosz, Borges, Kavafis, Hölderlin y otros autores, como queda reflejado en el hermoso "El jardín de las delicias"), la pintura (de Ciria, en concreto) y más que nada, la memoria familiar ("El doctor Néstor Gubitosi en bicicleta al muere", "Eclipse")... Este nuevo, breve libro lo ha escrito Barnatán a punto de cumplir los ochenta. No todo en la vejez, por suerte, es miserable, que diría su compañero de generación Luis Antonio de Villena. Pura delicatessen lírica.
Me da vergüenza reconocer que Lêdo Ivo era para mí, hasta ahora, un nombre que se repetía en boca de numerosos poetas (y en especial de uno), una figura inevitable en los saros líricos, pero a quien no me animaba a leer. Por extenso, quiero decir, que poemas suyos ya encontré en la vieja antología de poesía brasileña de Crespo. Aunque leo de todo y carezco de anteojeras poéticas, reconozco que su forma de decir no es precisamente de las que prefiero, por su exuberancia verbal, digamos, tan lejana de mi propensión a la contención y la sobriedad. Sin embargo, la antología que Martín López-Vega ha preparado para Visor, Los andamios del mundo, ha cambiado mi punto de vista. Ha ayudado el prólogo erudito (sin pedantería, sabio) de Juan Manuel Bonet, al que uno pensaba alejado del brasileño. Otro error. Si bien por momentos me apabulla un poco su discurso, he de reconocer lo que tantos han asumido: que en cualquier canon poético contemporáneo debería figurar la poesía del poeta brasileño muerto en Sevilla. 
Ocho poemas bastan para confirmar el mérito de la sevillana Carmen Fernández Rey. Se recogen en una primorosa plaquette de la colección Cuadernos El Mirador (de Úbeda) bajo el título Abrir ventanas. La tirada es de 34 ejemplares y el cuidado de la edición ha estado en manos de Francisco Sánchez Bellón. Se anuncian nuevas entregas de Julio Martínez Mesanza y de José Mateos. En la segunda serie (de la que ésta forma parte) encontramos nombres fundamentales del panorama, como el de Fernando Sanmartín, autor de Archivo fotográfico, que ya comentamos aquí
A la fuerza tenía que llamarme la atención un libro titulado Lugares. Se trata de una antología de veintitrés poemas de Concha García que publica El Toro Celeste en su colección Cuadernos Romero. El libro es muy bonito. Los versos remiten a lo anunciado: lugares. Sitios como Olessa de Monserrat (García ha vivido la mayor parte de su vida en Cataluña), Villaharta o Córdoba (es natural de La Rambla, lo que no deja de ser curioso para alguien que luego residió en Barcelona), pero también una estación, un tren, una carretera, un restaurante, una habitación de hotel y otra de hospital, (y su correspondiente aparcamiento), una ventana, un cine, una procesión, un camino flanqueado de eucaliptos, el comedor de un monasterio o un libro de poemas. Lugares que remiten al amor ("que es todo tacto"), al viaje ("Todo era mirar y sorprenderse"), a la memoria familiar ("Mi padre en la estación"), a la vida ("una cosa rara"), al atardecer ("Lo azul es todo")... Uno confirma con esta lectura lo que ya sabía: que esta poesía, concentrada y exacta, es ante todo verdadera y su autora una de las mejores de su generación, que también es, por cierto, la de uno.
Qué oportuna, en fin, la salida a escena de El esmero (Castilla Ediciones), una antología poética de Tomás Sánchez Santiago que prologa Ana Isabel Martín Ferreira Lo digo, sí, por la sorpresiva concesión del Premio Nacional de la Crítica a su libro El que menos sabe (Eolas) y digo "sorpresiva" porque ya sabemos cómo funciona ese azaroso negociado. Esta vez... Los merecimientos quedan patentes en esta muestra sobre la que he escrito una reseña que aparecerá pronto en El Cultural.

21.5.25

Muestra de la Real Sociedad Fotográfica


Hasta el día 27, el martes de la semana que viene, se puede visitar en la Sala Hebraica del Centro Cultural las Claras de Plasencia la exposición "Un poema y tu mirada", organizada por la Real Sociedad Fotográfica, una acreditada institución con 126 años de vida. 
La muestra reúne las fotografías premiadas en los Concursos Sociales que se celebraron entre 2021 y 2025. En ellos hay dos modalidades, blanco y negro y color, y los participantes, para realizar sus fotografías, se inspiran en versos de distintos poetas. Cada año, uno distinto. 
La inauguración, que tuvo lugar el día 10, corrió a cargo de la presidenta, Angélica Suela de la Llave, que estuvo acompañada de la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Marisa Bermejo, que hizo uso de la palabra. También intervino Magdalena Tirado (que reflexionó sobre la fotografía con hondura) y Mariano Gómez Isern, vocal de Comunicación de la RSF, que leyó un inspirado texto de Tomás Sánchez Santiago (éste disculpó su asistencia) que se publicará en el catálogo de la siguiente muestra. Precisamente el que escribí para semejante ocasión en el correspondiente al concurso 2022-2023 fue el que leí en ese acto. Antes, versos de Magdalena, Tomás y un servidor sirvieron para animar a los fotógrafos a tirar sus instantáneas. 
Como se puede apreciar, no faltó público. De fuera, en su inmensa mayoría. A pesar de que, como resaltó Bermejo, puede que ésta sea una de las mejores exhibiciones de fotografía que acoge ese espacio artístico (donde ya estuvo Extremamour), echó uno de menos a tantos hombre y mujeres placentinos cultos como pululan por esta ciudad, tan preocupados ellos por el arte y los museos, pero a los que nunca o casi nunca vi ni en éste ni en ningún otro evento (dirían ellos) de naturaleza semejante. Raro, ¿verdad?